Si de subir el cortisol se trata, los accidentes son una buena forma de conseguirlo.
El viernes pasado no imaginé que lo terminaría en una ambulancia y en un hospital.
Todo iba bien en el trabajo. Llegó la hora de irnos a casa, cuando una de mis compañeras se resbaló, chocando con el marco de la puerta de su oficina, y luego cayó al suelo emitiendo un grito. Un compañero se aproximó a ayudarla a levantarse, pero ella no pudo y comenzó a quejarse de que le dolía mucho el brazo y que no podía moverlo.
Fue entonces que supimos que algo no estaba bien.
Llamamos a una ambulancia para que la llevaran de urgencia al hospital porque todo indicaba que se fracturó el brazo. El servicio tardó mucho en llegar, mientras mi compañera ya estaba en un grito, llorando a causa del dolor. Todos estábamos nerviosos por ella.
El traslado
Cuando llegaron los paramédicos, tuvieron que estirarle el brazo para encontrar en dónde estaba la lesión y la pobre chica se quejó amargamente de dolor. Yo sostuve su brazo por un tiempo, mientras llegaba la ambulancia y créanme que sí pude sentir que algo no estaba en su lugar.
Mientras los paramédicos la preparaban para bajarla y llevársela, mi jefe comenzó a preguntar quién vivía cerca de la clínica a donde la llevarían. Yo resulté ser quien vive más cerca, y como el esposo de esta chica iba a alcanzarla en el hospital, alguien tenía que acompañarla en la ambulancia.
Anteriormente ya me había subido a una ambulancia; la primera vez fue para llevar a mi hermana de emergencia por cálculos renales, y la segunda fue cuando tuve un accidente en un camión hace 10 años. Así que este era mi tercer strike, pero estaba nerviosa, y el cortisol supo hacer su trabajo.
Y ahí les voy
Como si no fuera ya demasiado el susto de cuando se cayó, ahora me tocaba irme con ella e ingresarla en el hospital.
Estaba tan nerviosa que empecé a decir una serie de tonterías para hacer reír a mi compañera, y hasta los paramédicos se reían de todo lo que iba diciendo.
Las manos no me dejaban de temblar y la ambulancia iba con la sirena encendida, pasándose altos y brincándose en los carriles confinados al metrobús para poder llegar lo más rápido posible porque el dolor era insoportable y mi pobre compañera ya no sabía ni cómo se llamaba.
Llegamos al hospital después de unos 25 minutos de camino. Bajamos de la ambulancia y entramos, y como buen servicio público nos dejaron esperando a ver a qué hora la podía valorar un médico para que emitiera la orden para realizarle las radiografías.
Finalmente la atendieron y la pasaron a Rayos X, pero justamente era cambio de turno y no había nadie en la sala donde toman las placas.
Solo se escuchaban risas al fondo de un pasillo que estaba a la vuelta y nosotros parados esperando a que se les diera la gana empezar a trabajar, y mi compañera en una camilla de ambulancia, con el brazo inmovilizado y con dolor intenso.
El relevo
En medio de la espera, llegó el esposo a relevarme y la dejé a su cuidado. Mi jefe estaba afuera del hospital esperándome para darme un aventón a casa. Salí del hospital alrededor de las 9:30 pm y sentía que el cortisol lo traía en las nubes.
Afortunadamente mi compañera no tuvo una lesión demasiado grave, y aunque sí hubo fractura, no amerita cirugía. Ahora se encuentra en su casa descansando y recuperándose.
¡Qué buen susto!