Les he platicado sobre los padecimientos emocionales que sufro en el día a día, pero no les he contado sobre el trastorno que detonó a los otros a causa de un trauma y con el que he vivido los últimos tres años en lo que yo llamo un “estira y afloja” porque hay días en que no se manifiesta tan fuerte y otros en los que no me deja en paz, pero siempre está. Este trastorno se hace llamar Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT).
Vivir con estrés postraumático, desde mi experiencia, es muy parecido a viajar en una montaña rusa de cortisol por largos periodos de tiempo porque cuando se detiene por un rato termino tan agotada emocionalmente que no tengo ánimos ni de comer, sino más bien de escapar. ¿A dónde? Ni yo misma lo sé.
¿Qué fue lo que me ocurrió?
Lo que pasó fue que a la Madre Tierra se le ocurrió moverse demasiado fuerte en la Ciudad de México justo el mismo día del aniversario 32 del terremoto de 1985, es decir, el 19 de septiembre de 2017, sólo que unas cuantas horas más tarde. Para mí era un día cualquiera en el trabajo y (Dios, debo decir que en este preciso momento en que escribo esto comienzo a sentirme ansiosa) tembló muy fuerte después de la 1 pm.
No logré salir del edificio en el que se encontraban las oficinas donde laboraba y todo lo viví desde adentro y aunque afortunadamente el edificio resistió perfectamente el movimiento, los ruidos, el sonido de la alarma sísmica, la gente gritando, la fuerza con que se sacudió todo y lo que tuve que vivir después de que tembló, marcaron mi vida para siempre. Soy consciente de que la Ciudad de México es una zona de alta sismicidad pero nunca me había tocado vivir un terremoto tan violento y con toda la devastación que dejó éste.
Sí, ya sé que tiembla, pero no shin…
Mi cortisol se fue al mismísimo infinito, pero en ese momento no sabía que se trataba del cortisol, sólo sentía mucha sed y así como entraba el agua a mi cuerpo, inmediatamente quería salir. Me acabé los riñones esa tarde.
Algo en mí no estaba bien
El resultado de vivir una experiencia traumática como ésta fue que mi mente no lo soportó. Desde ese momento supe lo que era el miedo en su máxima expresión y de ahí fue una reacción en cadena. Algo en mí se había roto porque ya no me sentía igual que antes de que temblara. No podía dormir, sentía una opresión en el pecho espantosa, no tenía hambre y me sentía muy angustiada todo el tiempo. Busqué sobre los tipos de estrés y cuando leí los síntomas del postraumático pude ponerle un nombre a lo que me estaba pasando.
Los síntomas del TEPT básicamente son revivir constantemente la experiencia, profunda angustia y pensamientos incontrolables sobre lo que ocurrió. En teoría dura pocas semanas y después el individuo puede continuar con su vida normal, pero si esto no pasa significa que necesita ser tratado en la mayoría de los casos. Existen otras causas detrás del TEPT, como problemas mentales hereditarios, respuesta del cerebro al estrés (cada persona responde de distinta manera), experiencias traumáticas anteriores, y nuestra personalidad que influye mucho cuando experimentamos un trauma.
Comencé a tener ataques de ansiedad recurrentes, dejé de comer (perdí 11 kilos en dos meses), no quería salir, no quería moverme, sólo quería que el miedo y la angustia desaparecieran.
Soluciones de papel
Mi maestra de Reiki me mandó de inmediato con una psicóloga que me ayudó a lidiar con el problema pero sólo de forma superficial. Después empecé a sentir más ansiedad, caí en depresión y no podía llevar mi vida normal. El trabajo me ayudaba a evadir por un rato el cómo me sentía pero cuando regresaba a casa todo se manifestaba de lleno y se volvió un infierno.
Inicié un tratamiento de flores de Bach que por un tiempo me ayudó mucho a bajar la ansiedad y me ayudaba a dormir un poco mejor, pero el estrés seguía ahí. Tenía pensamientos recurrentes sobre el desastre, recuerdos que venían a mí involuntariamente. Mi mente se descontroló mucho y no se callaba. Tenía pensamientos negativos todo el tiempo y a veces hasta 3 ataques de ansiedad en un mismo día.
Quise intentar mindfulness pero en esos momentos no funcionaba. Intenté meditar, salir a caminar, pero nada me ayudaba. Todos esos remedios me parecían de papel, es decir, poco efectivos.
Psicólogos, psiquiatras…
No quise atenderme con un especialista porque la necedad puede más que la razón. Yo me decía que sola iba a salir de esto y que sólo tenía que ser fuerte, pero lo único que hice fue evadir lo evidente y dejar que el problema creciera y entonces caí en una crisis emocional de la que ya no sabía cómo salir y que ha tenido un giro interesante.
Finalmente fui con una psicóloga y con un psiquiatra que me diagnosticó trastorno de estrés postraumático y trastorno de ansiedad y pánico vinculado a depresión profunda. Decidí continuar con las terapias psicológicas pero no quise tomar pastillas porque no me gusta la idea de tomar un medicamento que me “ayude a estar tranquila”. OJO: Eso no significa que ustedes, si tienen un problema emocional, o conocen a alguien que lo tenga, no deben tomar un fármaco. No, no es mi intención darles esa recomendación.
No medicarme fue mi elección, pero como siempre lo digo, no hay nada mejor que un medicamento y el apoyo profesional para sobrellevar cualquier trastorno emocional grave de manera rápida y eficaz.
Ha sido una montaña rusa en la que ya me divierto más y tengo más control. Afortunadamente la Madre Tierra se ha movido de manera mucho más amorosa en los últimos años, hasta el pasado mes de junio que me tocó desayunar temblor y no estuvo padre porque me puse bastante mal, pero he ido sanando mi mente, a paso lento, sin depender de un medicamento, y aunque todavía me voy a la cama con la alucinación de estar escuchando la alarma sísmica, ya he conseguido dormir mejor, los pensamientos negativos cada día son menos y he aprendido a controlarlos.
Gracias por leerme 🙂